lo prometido
Allá por 1889, no mucho después del terrible ciclón que devastara el pueblo aquel año, la joven Willis Turnstone, recientemente graduada de la Escuela Americana de Osteopatía, había partido hacia el oeste desde Kirksville, Missouri, con una bolsa de viaje en la que llevaba su ropa interior, una remera limpia, una nota de recomendación del doctor A. T. Still, y una Colt anticuada que ni cerca estaba de saber usar, llegando después de un tiempo a Colorado, donde un día mientras cabalgaba a través de la meseta Uncompahgre fue asaltada por un pequeño grupo de pistoleros. "Un momento, señorita, veamos qué es lo que lleva en ese bonito equipaje suyo".
"No mucho", dijo Willis.
"Ey, ¿qué es esto? ¡Llevas un poco de acero aquí! Bueno, bueno, que nunca se diga que Jimmy Drop y su pandilla le negaron a un alma gentil una chance justa. Ahora, damizuela, toma por favor tu enorme pistolón y dediquémonos al asunto". Los otros se apartaron, dejando un espacio en donde Willis y Jimmy ahora se encuentran, solos y enfrentados, en la clásica postura del duelista. "Vamos, no seas tímida, te daré 10 segundos gratis antes de desenfundar. Lo prometo". Demasiado aturdida como para comprender el criterio de diversión inocente de la pandilla, Willis levantó su revolver, lenta y novata, tratando de apuntar con tanta precisión como se puede con las manos temblando. Luego de contar lealmente hasta diez, hombre de palabra y rápido como una serpiente, Jimmy tomó su propio arma y la hizo recorrer la mitad del camino hasta la altura de disparo antes de detenerse abruptamente, congelado en una reverencia desgarbada. "Oh, mierda" gritó el malhechor, o algo por el estilo.
"Ay, Jefe, Jefe", se lamentó su segundo, Alfonsito, "no nos diga que es la espalda, de nuevo".
"Maldito idiota, por supuesto que es mi espalda, la madre de todas mis desgracias. Y esta vez duele más que la última".
"Yo puedo hacer algo al respecto", se ofreció Willis.
"¿Perdón? ¿Qué carajo tiene que hacer una niñita bien con mi espalda?"
"Yo se como resolver su problema. Confíe en mi, soy osteópata".
"Está bien, somos tolerantes, incluso un par de los nuestros son evangelistas... sólo ten cuidado de dónde metes esos dedos –aaargh- ¿qué pasó?"
"¿Mejor?" "Santo Toledo", enderezándose, con cuidado pero sin dolor.
"Es un milagro".
"¡Gracias a Dios!, festeja el fiel Alfonsito.
"No es nada", arriesga Willis, volviendo a guardar el revólver en su funda.
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